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viernes, 27 de febrero de 2009

Votar en la Patximandra

En 1812 la legislatura de Massachusetts redibujó los límites de los distritos electorales. Los periodistas que observaban el nuevo mapa electoral enseguida se percataron de que habían sido trazados para favorecer a los candidatos del partido republicano jeffersoniano. Hasta tal extremo forzados que uno de los nuevos distritos tenía una extraña forma geográfica: parecía una salamandra. Este caso paradigmático de circunscripción con triunfo garantizado, fue bautizado como Gerry-mander, Gerrymandra, en referencia al responsable de la reforma, el gobernador de Massachusetts, Elbridge Gerry. Desde entonces se ha conocido como gerrymandering el procedimiento en el que se distribuyen las circunscripciones electorales en función a consideraciones partidistas. Una manipulación consciente e intencionada, aprovechando las variaciones de la distribución geográfica de los simpatizantes políticos.

En circunscripciones plurinomonales como las que tenemos por aquí, donde se elige a más de un candidato por circunscripción, esta manipulación tan soez resulta más complicada e incierta. Pero he aquí que la inventiva española ha desarrollado otra ‘solución’: se elimina una parte del cuerpo electoral. El efecto es también el de un campo de juego trampeado, un sistema electoral que, si no de triunfo garantizado, sí al menos facilitado.

Esquivando las acusaciones de manipulación electoral y de ilegalización de ideas, se ha argumentado por parte de los ilegalizadores que lo que se deja fuera es la vinculación a la violencia, no las ideas. La prueba de cargo se intenta concentrar en la no-condena, y se pone como ejemplo la presencia electoral de formaciones independentistas como EA o, aún más, de izquierda independentista como Aralar. Este argumento es sólo formalmente cierto.

Así, si bien es cierto que ambas formaciones se declaran formalmente independentistas, hay otro elemento importante en juego: el grado de legitimación que se otorga al marco jurídico-político español. En este sentido, la izquierda abertzale ilegalizada, en su actitud y trayectoria histórica se ha mostrado claramente como una fuerza antisistema, constituyéndose probablemente el hecho de la no-condena en elemento simbólico del no reconocimiento de la legitimidad estatal. En esta dimensión EA, por su origen y trayectoria y a pesar del giro actual, se ha encontrado lejos. Incluso también Aralar, que a pesar de su origen de izquierda abertzale, ha corrido quizás en demasía en busca de una homologación en las formas políticas convencionales. Esto invalida, por tramposo, el argumento de la comparación con EA y Aralar, que no a ambas como opciones.

El reto pendiente es, precisamente, la constitución de un movimiento soberanista civil con clara pretensión de subvertir el marco jurídico-político vigente. Ese sería el reto, la prueba del algodón al Estado. Indudablemente, la persistencia de la lucha armada distorsiona esta posibilidad y permite que se utilice como excusa ilegalizadora. Que el adversario sea el que apueste hoy día por la espiral represiva debería ser, está siendo, motivo de reflexión seria.

Y es que, el gerrymandering español tiene dimensiones que sobrepasan el mero hecho de posibilitar un sistema electoral de triunfo favorecido para el unionismo. La distorsión consciente e intencionada apunta también a una cuestión de fondo, la estrategia soberanista. Desde Lizarra, el soberanismo venía ensayando, con aciertos y errores, una cierta vía soberanista civil: aglutinar y legitimar mayorías soberanistas en las instituciones autonómicas para desbordarlas y convertirlas en instituciones soberanas. Estrellada contra la realidad social la ofensiva final del nacionalismo español en el 2001, la estrategia unionista posterior se centró en cooptar a sectores del PNV. Culmina ahora con la manipulación electoral que no sólo posibilita dejar artificialmente en minoría al soberanismo, sino que ante tal eventualidad obliga a éste a moderar el discurso para no espantar a los sectores con una identidad nacional más difusa. El efecto es patente en un partido tan apegado al poder como el PNV, que ha paseado a Ibarretxe amordazado durante la campaña. Pero supone una laminación de fondo al soberanismo en su conjunto, situándolo en una agónica precariedad subjetiva que suma a unos problemas objetivos de bloqueo estratégico y de dificultades de reproducción social.

La cabeza de Ibarretxe, junto con la cual caiga definitivamente el proceso abierto en Lizarra, aparece como la oportunidad abierta por la salamandra electoral vasca. Hasta tal punto paradójica, que el futuro de Ibarretxe parece más ligado a un importante apoyo hacia los partidos netamente soberanistas, EA y Aralar, que hacia el suyo propio, atrapado en la ambigüedad autonomista. Algún movimiento soterrado en tal sentido parece intuirse a favor especialmente de Aralar. Y es que haría mal el soberanismo en desistir ante la trampa electoral. El voto soberanista, legal o no, es tanto o más importante que nunca. Tan importante como las tareas pendientes y urgentes, que no son pocas, en los planos estratégico, político, social y cultural.


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jueves, 27 de noviembre de 2008

El tercer espacio



Ion Andoni Del Amo

DISTINTAS iniciativas que van ya saliendo a la luz. Rumores, interesados muchos. Recientes decisiones políticas. Todo ello ha dado lugar a elucubraciones en torno a la vertebración política de lo que se ha venido en denominar tercer espacio. Pero, ¿qué es eso del tercer espacio? Lo de tercero refiere a un espacio político entre las dos estrategias principales que han dominado el soberanismo en estos 30 últimos años, a saber, la institucional y la lucha armada. Y lleva implícita, además, la lectura de un bloqueo de las mismas, que los acontecimientos políticos del periodo reciente parecen corroborar.

Así, de una parte, la experiencia del fracasado proceso de negociación ratifica los límites del esquema de negociación relacionado con final de la lucha armada. La cuestión no es que desde el Estado se diese por amortizada la lucha armada y considerase imposible un retorno a la misma, que también. Es más de fondo: en estos últimos años, la lucha armada ha pasado a convertirse en un elemento estabilizador del Estado, que lo utiliza para un proceso de renacionalización y legitimación de la idea nacional española. La persistencia de la lucha armada refuerza los sectores más nacionalistas del Estado, que presionan activamente para impedir cualquier solución en términos de soberanía vasca. Ante ello, no parece suficiente con señalar la responsabilidad del Estado en el mantenimiento del conflicto; no se puede obviar que su prolongación en los actuales parámetros, además de sufrimiento, refuerza esas posiciones al tiempo que debilita al soberanismo.

Por otro lado, la sentencia del Tribunal Constitucional español en torno a la consulta sitúa también ante sus límites la otra estrategia del soberanismo, la meramente institucional. El marco jurídico-político español constituye una jaula de hierro para el soberanismo, en la que sólo cabe la acomodación autonomista. Cualquier estrategia seria en términos de soberanía vasca requiere romper esos barrotes. Las instituciones autonómicas son un buen marco para el contraste democrático de mayorías políticas, pero éstas sólo son efectivas si se ejercen desbordando tal marco, mediante la desobediencia civil.

Pero esta lectura, aún reforzada por los hechos recientes, no es nueva. Puede rastrearse en el análisis político del sindicalismo abertzale y, desde luego, está presente en los acuerdos de Lizarra-Garazi. La dinámica política derivada de ellos supuso ya una incipiente articulación política de ese tercer espacio, con EH como fuerza referencial. A lo que asistimos en el periodo reciente no es al surgimiento de ese tercer espacio, sino a un cambio en sus referencias políticas.

Tras la traumática ruptura de la tregua en 2000, y en plena ofensiva del nacionalismo español, ese tercer espacio se agrupa electoralmente en gran medida en torno al discurso soberanista de Ibarretxe y el tripartito, con un PNV que, de forma brillante en su ponencia Ser para decidir, da por superada la fase autonomista. Sin embargo, esta referencialidad comienza a empantanarse con la victoria de Imaz en el PNV y el progresivo giro hacia la acomodación autonomista. El partido jeltzale acusa incluso un progresivo desgaste electoral que, por los lugares y momentos en que se produce, parece más relacionado con esa pérdida de impulso soberanista que con una supuesta radicalización como algunos han querido ver interesadamente. Ibarretxe y el tripartito aún parecen capaces de mantener una precaria referencialidad en torno a la cual todavía orbitan ciertos movimientos sociales y algunos intelectuales. Pero la no-respuesta ante la no-consulta del 25 de octubre confirma los límites del PNV e Ibarretxe. El discurso soberanista deviene en meros fuegos de artificio que producen frustración y desmovilización. El Estado le tiene tomada la medida al PNV, al que sabe controlar y cooptar mediante la trama de intereses económicos y de poder de sus distintos sectores.

En este contexto, la decisión de EA de no concurrir en coalición con el PNV parece cerrar esta etapa, en la cual Ibarretxe ha sido la gran referencia soberanista. EA constata que es inútil intentar resucitar al muerto, lo más que se puede hacer es acudir a su entierro, aún a riesgo de caer ella primero al hoyo.

La idea que se abre paso es que un movimiento soberanista no puede construirse en torno al PNV, ni siquiera ya con Ibarretxe. Otra cosa es que tampoco en torno a EA, especialmente si de izquierda soberanista hablamos. Pero el llamamiento de esta última a la conformación de un polo soberanista ahonda en una línea de reflexión del soberanismo bastante activa en estos meses.

El propio Joseba Egibar llegó a proponer una reflexión al conjunto del nacionalismo porque "el Estado nos ha cogido la medida a todos". Se suma a otras desde distintos espacios y perspectivas: en torno al agotamiento de ciertas estrategias utilizadas en los últimos años; acerca de la disonancia entre la centralidad destacada del conflicto político en los medios de comunicación y círculos políticos, y su posición relativamente marginal entre las preocupaciones cotidianas de la gente; preocupación en torno a ciertos indicios de problemas de reproducción identitario-cultural del soberanismo; o reflexiones desde el sindicalismo acerca de la necesidad de articular alternativas de izquierda ante la crisis.

Estas reflexiones vienen acompañadas además por un fenómeno constatable: la desmovilización general de la sociedad vasca. Con respecto a la consulta y su prohibición, a la escalada represiva de ilegalizaciones y detenciones, y también en las movilizaciones tras las acciones armadas de ETA. Una desmovilización que remite, al menos, al final del fallido último proceso de negociación. Y que parece constatar cierto hastío social ante la repetición de situaciones, estrategias y discursos desgastados por el uso. Se suma, además, la percepción de la solución al dichoso conflicto político como lejana a las posibilidades de la sociedad civil, lo que redunda en un retraimiento social.

La percepción de bloqueo de las dos grandes estrategias soberanistas y estos perceptibles problemas de viabilidad parecen acrecentarse, al tiempo que se desvanece la ilusión de vertebración política de ese tercer espacio en torno al tripartito. De mantenerse, esa sensación de impotencia y bloqueo puede propiciar una frustración y desmovilización más profundas, que apuntan problemas de recuperación ante circunstancias más favorables e, incluso, puede favorecer esos incipientes de problemas de reproducción identitario-cultural del soberanismo apuntados por algunos.

En esta coyuntura, la necesidad de romper la inercia actual y reinventar nuevas estrategias sigue siendo el denominador común de ese pretendido tercer espacio, que busca nuevas referencias y articulaciones políticas, y en el que se suceden distintas iniciativas. En él pudieran confluir el siempre dinámico sindicalismo abertzale, la radicalización política de sectores hasta ahora orbitantes en torno al tripartito (la dirección de EA y sectores de EB y Aralar), la propia izquierda abertzale y sectores desencantados. La vertebración política de un polo de izquierda soberanista, capaz aglutinar mayorías amplias a la izquierda del PNV, con carácter participativo y movilizador, y con el firme objetivo final de activarlas para desbordar el marco actual, parece la única estrategia viable para evitar involuciones autonomistas y abrir escenarios de superación de la lucha armada. Algo que va a requerir jugar con arrojo e inteligencia, pero que cuenta con un contexto de oportunidad política favorable que hay que aprovechar. Cuanto antes, mejor.


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