Javi PH es un militante de IU Ezker Batua, que vive y trabaja en Iruña
Iruña, ocho de marzo de 2008, volvía después de pasar un agradable día en la nieve del pirineo navarro. Se nos había hecho tarde, y llegábamos a la ciudad entorno a las siete menos cuarto. Yo fui el primero en bajarme del coche a la altura de la plaza del castillo, quería ir a la manifestación del día de la mujer, aunque estuviera ilegalizada.
De la calle chapitela subía la fanfarria de mujeres en un ambiente puramente festivo, mientras gritaban consignas como “la sexualidad no es maternidad” y cosas por el estilo. Del otro lado de la plaza hicieron su aparición varias, muchas, furgonetas de la policía nacional. Llevaban las rejas de los cristales y los cascos puestos, se bajaron con las porras ya en la mano. La tarde era agradable el sol hacía breves apariciones y muchas familias aprovechaban para jugar con sus pequeños en dicha plaza.
Me sume al acto con mi mochila y mis botas llenas de barro de las cumbres de belagua. Tres personas subieron al quiosco central con un papel y un megáfono. Primeros intercambios de opiniones. Las manifestantes deciden sentarse en el suelo. A mi izquierda una señora de pelo rojizo y corto, vestida de traje se coloca con una rodilla en el suelo, a la vez que comenta al respetable que ya no tiene edad para estos trotes. Se hace el silencio, la policía rodea a las manifestantes. Unos hombres suben escaleras arriba hacía las lectoras del comunicado, se oyen los primeros tiros y se ven las primeras carreras. Los disparos se efectúan en vacío, no hay pelotas. Los uniformados corren hacía las personas sentadas en el suelo. De pronto la señora de mi izquierda intenta ponerse en pie y resbala a los pies de un agente del orden y la seguridad. Me echo encima de ella, y mientras una pareja joven la levanta y la saca de allá, tres fuertes golpes impactan contra la mochila que llevo en la espalda. Como puedo me levanto de allá. Creo que me choco con otro policía con el brazo en alto. No miro para atrás. Solo corro. A mi espalda solo se oyen gritos y pelotazos. Paro la carrera, y con temor recorro con la mirada los pasos recorridos.
Mi casa queda cerca, las carreras y pelotazos se suceden. Abro el portal a unos padres con dos niños uno de ellos en cochecito de bebé. Subo, me cambio de ropa y vuelvo a bajar. No me dejan salir de mi casa, dicen que es por mi seguridad. A lo cual respondo que por nuestra seguridad no hubiesen cargado sobre un grupo de personas sentadas en el suelo. Y mucho menos en una tarde llena de gente paseando. Me toman los datos.
Prosigo mi búsqueda, mientras me pregunto que ha sido de aquella mujer que no se podía ni agachar. Se oyen gritos y consignas en contra de la policía, y a favor de la lucha feminista. Durante casi una hora se suceden las carreras, los pelotazos, y los porrazos. Varios jóvenes cruzan unos contenedores, son reprendidos por algunas de las organizadoras del evento, y son colocados otra vez en su sitio. Todas las calles están tomadas por unos personajes que no distinguen ni edad ni sexo ni condición. Ellos provocan el pánico y ellos deciden cuando se acaba.
Domingo a la mañana, salgo a pasear por mi barrio. Busco desesperadamente algo que me pueda hacer encontrar el porqué de esa sinrazón. Ni cristales rotos, ni contenedores quemados, ni material urbano roto. Pero encuentro mi respuesta en la puerta de un colegio electoral. Apoderados e interventores de los grandes partidos jugando su particular partida. La fiesta de la democracia. No era acaso democracia lo que se abortó el día anterior.
Ni fue una manifestación proetarra como se han molestado en justificar en la prensa, ni hubo altercados producidos por los manifestantes, ni hubo desperfectos en la ciudad. Solo hubo cumplimiento de una resolución judicial machista, de manera desproporcionada e irresponsable, poniendo en peligro a muchos ciudadanos, niños y ancianos que solo querían disfrutar de una tranquila tarde de sábado, y de unas personas que solo querían celebrar el día internacional de la mujer trabajadora. Por vosotras va, aunque no nos dejen celebrar el 8 de marzo nos quedarán 364 días en el año para luchar por la igualdad.
De la calle chapitela subía la fanfarria de mujeres en un ambiente puramente festivo, mientras gritaban consignas como “la sexualidad no es maternidad” y cosas por el estilo. Del otro lado de la plaza hicieron su aparición varias, muchas, furgonetas de la policía nacional. Llevaban las rejas de los cristales y los cascos puestos, se bajaron con las porras ya en la mano. La tarde era agradable el sol hacía breves apariciones y muchas familias aprovechaban para jugar con sus pequeños en dicha plaza.
Me sume al acto con mi mochila y mis botas llenas de barro de las cumbres de belagua. Tres personas subieron al quiosco central con un papel y un megáfono. Primeros intercambios de opiniones. Las manifestantes deciden sentarse en el suelo. A mi izquierda una señora de pelo rojizo y corto, vestida de traje se coloca con una rodilla en el suelo, a la vez que comenta al respetable que ya no tiene edad para estos trotes. Se hace el silencio, la policía rodea a las manifestantes. Unos hombres suben escaleras arriba hacía las lectoras del comunicado, se oyen los primeros tiros y se ven las primeras carreras. Los disparos se efectúan en vacío, no hay pelotas. Los uniformados corren hacía las personas sentadas en el suelo. De pronto la señora de mi izquierda intenta ponerse en pie y resbala a los pies de un agente del orden y la seguridad. Me echo encima de ella, y mientras una pareja joven la levanta y la saca de allá, tres fuertes golpes impactan contra la mochila que llevo en la espalda. Como puedo me levanto de allá. Creo que me choco con otro policía con el brazo en alto. No miro para atrás. Solo corro. A mi espalda solo se oyen gritos y pelotazos. Paro la carrera, y con temor recorro con la mirada los pasos recorridos.
Mi casa queda cerca, las carreras y pelotazos se suceden. Abro el portal a unos padres con dos niños uno de ellos en cochecito de bebé. Subo, me cambio de ropa y vuelvo a bajar. No me dejan salir de mi casa, dicen que es por mi seguridad. A lo cual respondo que por nuestra seguridad no hubiesen cargado sobre un grupo de personas sentadas en el suelo. Y mucho menos en una tarde llena de gente paseando. Me toman los datos.
Prosigo mi búsqueda, mientras me pregunto que ha sido de aquella mujer que no se podía ni agachar. Se oyen gritos y consignas en contra de la policía, y a favor de la lucha feminista. Durante casi una hora se suceden las carreras, los pelotazos, y los porrazos. Varios jóvenes cruzan unos contenedores, son reprendidos por algunas de las organizadoras del evento, y son colocados otra vez en su sitio. Todas las calles están tomadas por unos personajes que no distinguen ni edad ni sexo ni condición. Ellos provocan el pánico y ellos deciden cuando se acaba.
Domingo a la mañana, salgo a pasear por mi barrio. Busco desesperadamente algo que me pueda hacer encontrar el porqué de esa sinrazón. Ni cristales rotos, ni contenedores quemados, ni material urbano roto. Pero encuentro mi respuesta en la puerta de un colegio electoral. Apoderados e interventores de los grandes partidos jugando su particular partida. La fiesta de la democracia. No era acaso democracia lo que se abortó el día anterior.
Ni fue una manifestación proetarra como se han molestado en justificar en la prensa, ni hubo altercados producidos por los manifestantes, ni hubo desperfectos en la ciudad. Solo hubo cumplimiento de una resolución judicial machista, de manera desproporcionada e irresponsable, poniendo en peligro a muchos ciudadanos, niños y ancianos que solo querían disfrutar de una tranquila tarde de sábado, y de unas personas que solo querían celebrar el día internacional de la mujer trabajadora. Por vosotras va, aunque no nos dejen celebrar el 8 de marzo nos quedarán 364 días en el año para luchar por la igualdad.
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