lunes, 8 de diciembre de 2008

"Tiro en la cabeza"

A veces conviene esperar un tiempo antes de hacer la crítica de una ¿película? que a uno le parece basura descerebrada y reaccionaria mientras que la mayoría de periódicos y críticos se estremecen por lo que consideran la mejor obra maestra desde la invención de la rueda.

Pero la espera puede dar lugar a la renuncia cuando se lee la crítica de Miguel Romero en la Web de Viento Sur. Y dado que es mucho más brillante que lo que yo pudiera escribir, mejor reproduzco su artículo:

“Tiro en la cabeza” me parece una estafa, que ha obtenido buenos resultados: las mejores calificaciones de la mayoría de los críticos (incluso, el crítico de Gara la ha considerado una obra maestra; creí que era una broma, pero comprobé leyendo el periódico que iba en serio), ha adquirido el estatus de “obra experimental” y va a ser proyectada en el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid. A las altas valoraciones estéticas se han sumado las políticas. El director ha llegado a decir: “He querido contribuir con una nueva idea para superar el problema vasco” y parece que hay gente que coincide con él, incluso en el mundo abertzale (donde se considera una prueba de la calidad de la película que Fernando Savater abandonara la sala a media película; por el contrario, me parece una de las cosas sensatas que ha hecho el filósofo en las últimas décadas).



Posiblemente se conoce ya más o menos de qué va la película. Pero como Rosales, que ha prodigado las declaraciones incoherentes, afirma que: “No sé muy bien que cuenta la película ni de qué trata”, vale la pena resumirla. El tema hace referencia al atentado de Capbreton (recordemos: el 1 de diciembre de 2007, militantes de ETA mataron a dos guardias civiles en aparcamiento de una cafetería de carretera en Capbreton; al parecer los habían identificado fortuitamente en el interior de la cafetería; los guardias civiles estaban desarmados; fue el primer atentado mortal de ETA después de la tregua).

La película comienza el día anterior, desde que se levanta un hombre de mediana edad: desayuna, charla con un conocido, escucha música en FNAC, se reúne a cenar con unos amigos, se acuesta con una de las mujeres que estaban en la cena. Al día siguiente se levanta, se cita con dos personas, cogen un coche, llegan a la cafetería de Capbreton, cruzan miradas hostiles con un joven que está acompañado de otro, los siguen a la salida hasta donde tienen un coche aparcado, los matan a tiros por la espalda, huyen, cambian de coche, se meten en un bosque, atan a la propietaria del coche en un árbol. Y fin. Claro, la mayoría de los espectadores saben por la prensa que el hombre es un militante de ETA. Pero nada indica en la película que lo sea. Porque, y aquí está el “experimento” de Rosales, la película está rodada con teleobjetivo a centenares de metros de sus protagonistas, de los que sólo se oye una palabra: “Txakurrak!” poco antes de que alcancen y maten a los guardias civiles.

Según Rosales, tenía “muy clara desde el principio” el estilo de la película: “se parecía mas a la manera de trabajar en los documentales de animales”. Efectivamente, así es: Rosales trata a su protagonista como un animal y en realidad a todos sus personajes como animales y, por tanto, ¿qué importan las palabras?

Decía André Bazin que “un traveling es una cuestión moral”. El estilo elegido por Rosales también lo es y su significado moral forma parte del repertorio del “antiterrorismo” fundamentalista. La interpretación política que se deduce de ello ha sido bien expresada por algún periodista que considera que la idea que subyace en la película es que “sobre el terrorismo ya sobran las palabras”.

Rosales se define como un “moderado” que considera que la solución al conflicto vasco vendrá de posiciones “moderadas” que existan o surjan en todos los campos. Pero no es ese el significado de su película. Y es inaceptable, una parte de la estafa, escudarse en que la ausencia de palabras permite que cada espectador llegue libremente a sus propias conclusiones. Por el contrario, el estilo de la película conlleva una pesada carga doctrinal.

La otra parte de la estafa está en la idea de “experimento”. En realidad, Rosales presenta como un experimento lo que es una simplificación. Rosales se ha ahorrado tener que crear diálogos que nos ayuden a entender lo que ocurrió: de qué habla en su vida cotidiana ese militante de ETA, de qué hablaban los tres militantes en el viaje a Capbreton, qué se dijeron al reconocer a los guardias civiles, por qué decidieron matarlos, cómo interpretaron la situación los guardias civiles, qué hablaron los militantes de ETA con ellos antes de acribillarlos. Ahí podía estar la substancia dramática del atentado de Capbreton: es decir, tratar como personas, no como animales a quienes hacen el atentado y también a quienes fueron sus víctimas, de los que sólo conocemos la apariencia física. Es mucho más fácil suprimir los diálogos y rodar con el estilo de National Geografic en un escenario urbano, más cómodo que una cueva submarina o una madriguera. Dice Rosales que preparó la película en tres semanas. A la vista de los resultados, mucho tiempo me parece. Su película no aporta nada: ninguna idea, ningún nuevo conocimiento, ninguna emoción, ningún riesgo estético, ético o político.

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